Sobre la concepción de la institucionalidad política.
José Rafael Pocaterra escribió desde las miserias de la
oposición a la tiranía “Memorias de un Venezolano en la Decadencia” las tres
primeras partes fueron publicadas en la revista “Reforma Social” fundada en
Nueva York por Orestes Ferrara y Jacinto López en sus ediciones mensuales de
1923 hasta 1926. Posteriormente en 1936 salió la edición definitiva reeditada
en 1937.
Han pasado 90 años desde que una obra integral, escrita en
parte en la oscuridad de la cárcel, develó las proyecciones decadentes de las
muchas caras de la venezolanidad. Hoy después de casi un siglo transcurrido, la
percepción sobre la institucionalidad política
de nuestro pueblo sigue ofreciendo las vertiginosas imágenes terribles
de la decadencia. En ningún momento dejo de tomar en consideración la gran
gesta democrática que construyeron miles de venezolanos desde ORVE hasta los
partidos del puntofijismo, ciudadanos ejemplares como la famosa Generación del
28, gente como Ruiz Pineda, Rafael Vegas, Pinto Salinas, entre muchos. Puntofijismo entendido con su ruptura del 79,
y entendiendo que Venezuela fue el único país de América Latina con estabilidad
democrática en las décadas de los sesenta, setenta y casi todos los ochenta.
Construyeron una institucionalidad, construyeron unos
horizontes. Sin embargo por muchas razones, situaciones, condicionantes
históricos y deserciones ciudadanas, hoy día la institucionalidad venezolana no
existe. Ésta, como un espacio tanto simbólico, como político y jurídico, donde
a pesar de comprender que en las relaciones políticas y sociales la objetividad
no existe, debemos encontrar y crear espacios en algún grado de neutralidad
intersubjetiva, “neutralidad” en nuestros canales de comunicación, compresión de
la situación del otro y espacio de entendimiento. Tal intersubjetividad, como
encuentro de nuestra condición ciudadana, donde se pueda limar las asperezas de
los intereses y poderes que juegan en nuestra sociedad con un componente ético,
no reconocer tales intereses y poderes, es estar lejos de resolver los
problemas estructurales de nuestra nación.
El proceso militarista que hemos sufrido los últimos 14 años
ha sido quien apretó el acelerador de nuestra de decadencia institucional,
usando el Estado como negocio privado transnacional, sin concepción del
ciudadano, apretando taras históricas como el clientelismo, cesarismo y la
paradoja cabrujiana del “eterno
volver al futuro” viviendo y alimentándose del mito independentista, que
siempre va a SER y nunca ES.
Por tanto, pensando “a posteriori” de la debacle inminente
del autoritarismo mafioso uno entre muchos de nuestros objetivos es lograr componer estructuras organizativas y
gerenciales en armonía con nuestra cultura, en consideración de sus mejores
rostros y los peores en especial, donde
haya un encuentro, reconocimiento del disenso y voluntad de confianza.
Estructuras abiertas proclives al cambio, girando en torno al rescate de lo
nuestro con miras de innovación, debemos elevar de forma cualitativa lo
público. Encontrar nuestra propia dinámica
organizativa, con claras reglas de juego y voluntad de cumplimiento entre
poderes, intereses y actores.
Debemos construir la mejor venezolanidad y dejar a Pocaterra como testimonio histórico
y eterna advertencia de la amenaza de los sátrapas.
Sin más debemos ocuparnos de nuestro país, conociendo a profundidad
nuestra historia, sin ser historicisista.
Francisco Calderón Alcalá
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