Serendipia

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jueves, 24 de octubre de 2013


Sobre la concepción de la institucionalidad política.
José Rafael Pocaterra escribió desde las miserias de la oposición a la tiranía “Memorias de un Venezolano en la Decadencia” las tres primeras partes fueron publicadas en la revista “Reforma Social” fundada en Nueva York por Orestes Ferrara y Jacinto López en sus ediciones mensuales de 1923 hasta 1926. Posteriormente en 1936 salió la edición definitiva reeditada en 1937.
Han pasado 90 años desde que una obra integral, escrita en parte en la oscuridad de la cárcel, develó las proyecciones decadentes de las muchas caras de la venezolanidad. Hoy después de casi un siglo transcurrido, la percepción sobre la institucionalidad política  de nuestro pueblo sigue ofreciendo las vertiginosas imágenes terribles de la decadencia. En ningún momento dejo de tomar en consideración la gran gesta democrática que construyeron miles de venezolanos desde ORVE hasta los partidos del puntofijismo, ciudadanos ejemplares como la famosa Generación del 28, gente como Ruiz Pineda, Rafael Vegas, Pinto Salinas, entre muchos.  Puntofijismo entendido con su ruptura del 79, y entendiendo que Venezuela fue el único país de América Latina con estabilidad democrática en las décadas de los sesenta, setenta y casi todos los ochenta.
Construyeron una institucionalidad, construyeron unos horizontes. Sin embargo por muchas razones, situaciones, condicionantes históricos y deserciones ciudadanas, hoy día la institucionalidad venezolana no existe. Ésta, como un espacio tanto simbólico, como político y jurídico, donde a pesar de comprender que en las relaciones políticas y sociales la objetividad no existe, debemos encontrar y crear espacios en algún grado de neutralidad intersubjetiva, “neutralidad” en nuestros canales de comunicación, compresión de la situación del otro y espacio de entendimiento. Tal intersubjetividad, como encuentro de nuestra condición ciudadana, donde se pueda limar las asperezas de los intereses y poderes que juegan en nuestra sociedad con un componente ético, no reconocer tales intereses y poderes, es estar lejos de resolver los problemas estructurales de nuestra nación.
El proceso militarista que hemos sufrido los últimos 14 años ha sido quien apretó el acelerador de nuestra de decadencia institucional, usando el Estado como negocio privado transnacional, sin concepción del ciudadano, apretando taras históricas como el clientelismo, cesarismo y la paradoja cabrujiana del “eterno volver al futuro” viviendo y alimentándose del mito independentista, que siempre va a SER y nunca ES.
Por tanto, pensando “a posteriori” de la debacle inminente del autoritarismo mafioso uno entre muchos de nuestros objetivos  es lograr componer estructuras organizativas y gerenciales en armonía con nuestra cultura, en consideración de sus mejores rostros y los peores en especial,  donde haya un encuentro, reconocimiento del disenso y voluntad de confianza. Estructuras abiertas proclives al cambio, girando en torno al rescate de lo nuestro con miras de innovación, debemos elevar de forma cualitativa lo público.   Encontrar nuestra propia dinámica organizativa, con claras reglas de juego y voluntad de cumplimiento entre poderes, intereses y actores.
Debemos construir la mejor venezolanidad  y dejar a Pocaterra como testimonio histórico y eterna advertencia de la amenaza de los sátrapas.
Sin más debemos ocuparnos de nuestro país, conociendo a profundidad nuestra historia, sin ser historicisista.
Francisco Calderón Alcalá

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