La horda ideológica que arropa al país,
con sensación autónoma de legitimidad en su avance inquisidor, está
extinguiendo con estasis emocional los hechos concretos de alguien, que no
deparó en ser más que un caudillo con las características más encajadas en las
nociones que los astutos intelectuales de la nación, le han otorgado a
discriminados personajes que se han entronizado en la historia del ejercicio
del poder, previo a las ampliaciones democráticas de hace seis décadas. Sin
embargo, el juicio del legado de Chávez no debe recaer meramente en su
personalidad, sino propiamente en sus acciones, no como individuo, sino como el
líder de un proceso que lastimosamente ha contado con la mayoría ventajosa u
holgada de los venezolanos, empero algunas bienaventuradas otras ocasiones
sufrió letargos electorales a su causa.
Quizás pondere desmitificar lo que en
vida fue un juego propagandístico de forzados indicadores sociales para
entrampar a los incautos románticos que enarbolaban con orgullo los resultados
“sociales” de su revolución. Venezuela como un oasis global de mejora en la
igualdad, resulta tedioso explicar este ítem con el cálculo socio económico del
indicador, sin embargo no se debe dejar al bagaje de la retórica vacua. Cuando
se evalúa el índice de GINI, se halla un error de razonamiento ¿Cómo si en los
14 años de gobierno se ha registrado una caída anualizada del salario real,
tutelada por devaluaciones, inflaciones y deterioros de las condiciones
laborales de los venezolanos, somos un oasis de igualdad? La respuesta es que
somos un espejismo, que en el caluroso desierto de angustias y necesidades, se
nos ha reflejado desde la maquinaria de propaganda oficial.
El año pasado
contábamos con el 8vo lugar del ranking de salarios mínimos de Latinoamérica,
con el aumento realizado en ese año conquistamos el segundo puesto con un
salario equivalente a 476 dólares, la ilusión duró un lapso menor a 5 meses, cuando
con la devaluación se nos situó en un salario mínimo de 324,92 dólares, uno de
los peores de Latinoamérica. A esta extrema realidad de supervivencia se le
deben adjuntar otros factores que han incidido en el deterioro del poder
adquisitivo venezolano, uno de ellos es la medición de nuestro salario mínimo
en base al tipo de cambio oficial frente a países que no tienen regímenes
cambiarios u otros que son flexibles y no sobrevaluan su moneda. ¿Cuál es
la perversión de esa medición? que si realizamos la conversión en dólar permuta
pudiéramos denotar la más incómoda realidad de cuán pobres estamos con respecto
a los demás países de la región. Es significativa la realidad que ello nos
develaría considerando el movimiento de las importaciones venezolanas que por
las fallas de CADIVI y del perecido SITME, motivaban al mercado venezolano a
importar con verdes permuta.
El conjunto de devaluaciones al
Bolívar, a una revolución de 10 veces por la última década, ha significado una
reducción en canon de 40, 50 y hasta 100% de su valor en los distintos
episodios, en otroros momentos los venezolanos inflados de petulancia nos
regodeabamos del valor superior de nuestra moneda frente a nuestros
desventurados vecinos, hoy lo que lleva una pena inherente ya difícilmente
pueda ser razón de regodeo. El Bolívar, como moneda valuada en la competencia
internacional derivó en un hito manifiesto de nuestra crisis.
El otro aspecto que en tiempos de
“justicia social” ha devorado el poder adquisitivo de los venezolanos es la
inflación que emerge del desastre en los cimientos de la estructura económica
del Estado, producto de la embestida que el insostenible gasto público del
gobierno propina. Pero ajeno al interés del colapso en los cimientos, la
indolente revolución ha intentado sopesar con un pegamento endeble de deuda y
liquidez monetaria sin respaldo, que se traduce en el atroz deterioro del bolsillo
de los venezolanos, y lastimosamente, el de las futuras generaciones.
En un intento fatuo por deslastrarse de
la culpabilidad, intento que solo ha encontrado desagüe en el foso de
resentimiento “justo” hacia el pasado y plenamente forzado hacia lo otro; la
hegemonía comunicacional roja aduce, en términos difíciles de discernir si son
de logro o conformidad, que la inflación actual es menor a la inflación
registrada en las década de ausencia revolucionaria, décadas de
hiperinflaciones globales, donde Venezuela nunca llegó a ostentar los penosos
primeros lugares, como sí lo ha hecho en la última década, época de inflaciones
globales de un solo digito, donde la decadencia desconsiderada ha situado al
impuesto de los pobres –inflación-, en el 1er y 2do lugar del mundo. Dónde nos
situemos en el raking latinoaméricano de salarios, aun entrando medidos con el
dólar oficial, debemos considerar el
deprimido poder de compra por el vicio del tipo de cambio y la inflación.
Los aumentos salariales nominales desde
el ’98 hasta el 2012, vistos sin agudeza ignoran su voraz deterioro, acólitos
de la propaganda y mundanos kamikazes del poder burocrático propician el
letargo del pueblo. ¿Cómo un índice que mide la igualdad en base al
ingreso de quienes más y menos reciben, puede reflejar mejora cuando vemos ha
existido un deterioro objetivo del ingreso de los que menos reciben? Porque
coloca al ingreso de los que más ganan con el vicio del tipo de cambio, el
mismo que de no existir reflejaría la triste realidad de los que menos reciben
con relación a sus pares latinos.
Hoy quienes se esfuerzan en catalogar
la actuación del gobierno en el plano de la justicia social, les resulta odioso
comprender que sus grandes estandartes no son más que maquillajes
propagandísticos, cuya alusión halla semejanza a la mofa que la publicidad de
las empresas de producción social nos depara en el metro de Caracas, luciendo
aumentos porcentuales dignos de un proceso industrializador, que al salir de
los túneles son risibles ante la realidad.
Ronald Abel
Monroy Velásquez
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