Serendipia

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miércoles, 20 de marzo de 2013

El legado de Chávez: El mito de la igualdad social por el ingreso


La horda ideológica que arropa al país, con sensación autónoma de legitimidad en su avance inquisidor, está extinguiendo con estasis emocional los hechos concretos de alguien, que no deparó en ser más que un caudillo con las características más encajadas en las nociones que los astutos intelectuales de la nación, le han otorgado a discriminados personajes que se han entronizado en la historia del ejercicio del poder, previo a las ampliaciones democráticas de hace seis décadas. Sin embargo, el juicio del legado de Chávez no debe recaer meramente en su personalidad, sino propiamente en sus acciones, no como individuo, sino como el líder de un proceso que lastimosamente ha contado con la mayoría ventajosa u holgada de los venezolanos, empero algunas bienaventuradas otras ocasiones sufrió letargos electorales a su causa.

Quizás pondere desmitificar lo que en vida fue un juego propagandístico de forzados indicadores sociales para entrampar a los incautos románticos que enarbolaban con orgullo los resultados “sociales” de su revolución. Venezuela como un oasis global de mejora en la igualdad, resulta tedioso explicar este ítem con el cálculo socio económico del indicador, sin embargo no se debe dejar al bagaje de la retórica vacua. Cuando se evalúa el índice de GINI, se halla un error de razonamiento ¿Cómo si en los 14 años de gobierno se ha registrado una caída anualizada del salario real, tutelada por devaluaciones, inflaciones y deterioros de las condiciones laborales de los venezolanos, somos un oasis de igualdad? La respuesta es que somos un espejismo, que en el caluroso desierto de angustias y necesidades, se nos ha reflejado desde la maquinaria de propaganda oficial.

El año pasado contábamos con el 8vo lugar del ranking de salarios mínimos de Latinoamérica, con el aumento realizado en ese año conquistamos el segundo puesto con un salario equivalente a 476 dólares, la ilusión duró un lapso menor a 5 meses, cuando con la devaluación se nos situó en un salario mínimo de 324,92 dólares, uno de los peores de Latinoamérica. A esta extrema realidad de supervivencia se le deben adjuntar otros factores que han incidido en el deterioro del poder adquisitivo venezolano, uno de ellos es la medición de nuestro salario mínimo en base al tipo de cambio oficial frente a países que no tienen regímenes cambiarios u otros que son flexibles y no sobrevaluan su moneda.  ¿Cuál es la perversión de esa medición? que si realizamos la conversión en dólar permuta pudiéramos denotar la más incómoda realidad de cuán pobres estamos con respecto a los demás países de la región. Es significativa la realidad que ello nos develaría considerando el movimiento de las importaciones venezolanas que por las fallas de CADIVI y del perecido SITME, motivaban al mercado venezolano a importar con verdes permuta.  

El conjunto de devaluaciones al Bolívar, a una revolución de 10 veces por la última década, ha significado una reducción en canon de 40, 50 y hasta 100% de su valor en los distintos episodios, en otroros momentos los venezolanos inflados de petulancia nos regodeabamos del valor superior de nuestra moneda frente a nuestros desventurados vecinos, hoy lo que lleva una pena inherente ya difícilmente pueda ser razón de regodeo. El Bolívar, como moneda valuada en la competencia internacional derivó en un hito manifiesto de nuestra crisis.

El otro aspecto que en tiempos de “justicia social” ha devorado el poder adquisitivo de los venezolanos es la inflación que emerge del desastre en los cimientos de la estructura económica del Estado, producto de la embestida que el insostenible gasto público del gobierno propina. Pero ajeno al interés del colapso en los cimientos, la indolente revolución ha intentado sopesar con un pegamento endeble de deuda y liquidez monetaria sin respaldo, que se traduce en el atroz deterioro del bolsillo de los venezolanos, y lastimosamente, el de las futuras generaciones.



En un intento fatuo por deslastrarse de la culpabilidad, intento que solo ha encontrado desagüe en el foso de resentimiento “justo” hacia el pasado y plenamente forzado hacia lo otro; la hegemonía comunicacional roja aduce, en términos difíciles de discernir si son de logro o conformidad, que la inflación actual es menor a la inflación registrada en las década de ausencia revolucionaria, décadas de hiperinflaciones globales, donde Venezuela nunca llegó a ostentar los penosos primeros lugares, como sí lo ha hecho en la última década, época de inflaciones globales de un solo digito, donde la decadencia desconsiderada ha situado al impuesto de los pobres –inflación-, en el 1er y 2do lugar del mundo. Dónde nos situemos en el raking latinoaméricano de salarios, aun entrando medidos con el dólar oficial,  debemos considerar el deprimido poder de compra por el vicio del tipo de cambio y la inflación.

Los aumentos salariales nominales desde el ’98 hasta el 2012, vistos sin agudeza ignoran su voraz deterioro, acólitos de la propaganda y mundanos kamikazes del poder burocrático propician el letargo del pueblo.  ¿Cómo un índice que mide la igualdad en base al ingreso de quienes más y menos reciben, puede reflejar mejora cuando vemos ha existido un deterioro objetivo del ingreso de los que menos reciben? Porque coloca al ingreso de los que más ganan con el vicio del tipo de cambio, el mismo que de no existir reflejaría la triste realidad de los que menos reciben con relación a sus pares latinos.

Hoy quienes se esfuerzan en catalogar la actuación del gobierno en el plano de la justicia social, les resulta odioso comprender que sus grandes estandartes no son más que maquillajes propagandísticos, cuya alusión halla semejanza a la mofa que la publicidad de las empresas de producción social nos depara en el metro de Caracas, luciendo aumentos porcentuales dignos de un proceso industrializador, que al salir de los túneles son risibles ante la realidad.




Ronald Abel Monroy Velásquez

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