Un desprecio involuntario por la
vida, súbito, celoso de develar su arribo y sigiloso de denotar que fue en un
parpadear. Es así, como se presentó la muerte. Insipiente de un palpito, los
ojos anegados de lágrimas miraban la inanimada hoja cuyas letras, en
terminología quasi incomprensible, daba certeza de su penoso futuro.
En su llorosa contemplación, carente
de incredulidad, aguardaban las dudas, dudas de incerteza hibridas con la única
certeza que el instante le daba, certeza de que su muerte merodeaba, de que su
respiro se volvía un insulto al destino.
En lucha con su espasmo observaba su
contorno, verdes tornados en claroscuros de jardines roídos por el desdén y un
cielo cuyo azul apacible no calmaba su llanto. Un día antagónico a su
infortunio no le ayudaba. Él no podía obviar el otro contorno, la fétida
inspiración que el robusto hospital a su espalda le emanaba, el vaivén de la
decadencia humana que engendraban las miradas de las personas, obligados
acólitos de la muerte que cómo él, aguardaban su viaje a la nada,
desafortunados que ya se hallaban en el inframundo lecho de tristes finales.
Ronald Abel Monroy
@RonaldmonroyAV
Ronald Abel Monroy
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