Serendipia

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martes, 9 de abril de 2013

La frase que tanto nos dice


“Yo vine porque quise, a mí no me pagaron” Esa corta, sencilla e irrebatible frase, usada con tanto tino y claridad en las manifestaciones de oposición a lo largo de la era Chávez, condensa y encierra una inmensidad de contenidos que se tornan centrales para la futura comprensión y estudio sincero de lo que significó el chavismo como forma de hacer política, construir ideología y generar nociones de cómo debe ser la convivencia entre iguales.

Hasta el hartazgo estamos de conocer manifestaciones de diversa índole que nos hablan del abusivo uso que sin estupor perpetra el ya quinceañero personal político, en su rol y momento de tomar por asalto la institucionalidad venezolana. Pero de lo que poco se habla es de la movilización de voluntad y el sentido de lo público que aguarda en buena parte de la acera contraria, es decir, como venezolanos iguales se postean de manera tan contrastante. Entender la dimensión de lo que en la práctica significa hacer oposición desde el sólo ejercicio de la ciudadanía al chavismo, sin el respaldo de la impunidad, es un ejercicio no poco complejo. Esto significa entre otros desafíos; Optar a vivir en estado de una permanente segregación de cualquier índole, hacer uso de tus propios recursos materiales, humanos y espirituales para difundir o defender una idea, vivir bajo la certeza que tu adversario sólo desea tu desaparición, te creen un perfecto confundido y trabajen simbólicamente para intentar situarte siempre es situación de minusvalía. Estos son sólo algunos elementos puntuales, pero que traducido a la cotidianidad suponen mucho para quienes hemos dedicado parte de nuestra vida a ser ciudadanos de oposición.

Es una labor de estoicismo el enfrentarse a cualquier forma de totalitarismo, sea este de viejo o nuevo cuño, ideológicamente coherente o un pastiche fundamentado en los dineros provenientes de las potencias ante las cuales seguimos figurando como simples surtidores de materia prima. Ese otro gran lado de la sociedad venezolana, que de forma admirable se ha mantenido en una posición de intransigencia ante los delirios cupulares que persiguen apagar cualquier manifestación de contrariedad, es – a mi juicio- el más carnoso fruto de un sistema democrático, que aún con sus fallas, fue capaz de educar y modelar a un importante grupo de venezolanos en términos de ciudadanía, en el sentido moderno del término. Aquella que no está limitada al sufragio electoral o al disfrute de los servicios públicos sin responsabilidades. La inicialmente ejemplar y tardíamente cuestionable democracia venezolana, hizo algún esfuerzo que hoy parece mostrarnos su mejor legado.

No es intención nuestra, pretender la alocada afirmación que todo el sector de oposición se mueve bajo el mismo manto. Pues con sólo adentrarse un poco en algunas de sus prácticas menos elevadas o de fácil acceso, es posible avizorar con lamento inmensidad de vicios. Sobre todo en aquellos segmentos que han decidido situarse en ella de manera circunstancial o por un mero cálculo político. Buscamos referirnos a la oposición democrática. Aquella que sea cual sea el resultado del más próximo evento electoral, merece el reconocimiento como plataforma de resistencia ciudadana ejemplar.
Y así, como hubo posibilidad de generar tal amalgama que hoy se erige como fórmula potente para situarse en contrariedad a un sistema negado a las libertades en su sentido humano, corremos el inmenso y desdichado peligro que estos largos y tediosos años bajo un demoníaco ejercicio del poder, estén constituyendo de manera estructural a un grupo amplio de venezolanos inclinados por favorecer como sistema de ideas al abuso, la poco independencia del sujeto, la manipulación, la segregación, formas de asociatividad tuteladas y motivadas por la prebenda inmediatista y como éstas otras tantas perversiones. En este sentido, cualitativamente Venezuela también se halla dividida.






Moisés González

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